Beautiful Oblivion es el primer libro de la saga maddox brothers de Jamie Mcguirre.
1
Traducido por Alexa Colton
Corregido por Mel Markham
Sus palabras quedaron flotando allí, en la oscuridad entre nuestras voces. A
veces encontraba consuelo en ese espacio, pero en tres meses, sólo había
encontrado disturbios. Ese espacio volvió a un lugar conveniente para ocultarse.
No por mí, por él. Mis dedos dolían, por lo que les permití relajarse, sin darme
cuenta de lo duro que había estado agarrando mi teléfono celular.
Mi compañera de cuarto, Raegan, se sentaba junto a mi maleta, abierta sobre
la cama, con las piernas entrecruzadas. Cualquiera que fuese la mirada que estaba
en mi cara la impulsó a tomar mi mano. ¿T.J.? articuló.
Asentí.
—¿Podrías por favor decir algo? —preguntó T.J.
—¿Qué quieres que diga? He empacado. Pedí mis vacaciones. Hank ya le ha
dado a Jorie mis turnos.
—Me siento como un gran idiota. Ojalá no tuviera que ir, pero te lo advertí.
Cuando tengo un proyecto en curso, pueden llamar en cualquier momento. Si
necesitas ayuda con el alquiler o cualquier cosa…
—No quiero tu dinero —le dije, frotándome los ojos.
—Pensé que sería un buen fin de semana. Juro por Dios que lo hice.
—Yo eensé que iba a estar abordando un avión mañana por la mañana, y en
cambio me estás llamando para decir que no puedo ir. Una vez más.
—Sé que esto parece como un movimiento idiota. Te juro que les dije que
tenía planes importantes. Pero cuando las cosas están así, Cami… Tengo que hacer
mi trabajo.
Limpié una lágrima de mi mejilla, pero me negué a que me escuchara llorar.
Evité que mi voz temblara. —¿Vas a venir a casa para Acción de Gracias, entonces?
Suspiró. —Quiero. Pero no sé si puedo. Depende de si esto estará
solucionado. Te extraño. Mucho. No me gusta esto, tampoco.
—¿Tu horario puede mejorar? —pregunté. Le llevó más tiempo de lo que
debería responder.
—¿Qué si digo que probablemente no?
Levanté mis cejas. Esperaba esa respuesta, pero no esperaba que fuera tan…
veraz.
—Lo siento —dijo. Me lo imaginé avergonzado—. Acabo de entrar en el
aeropuerto. Me tengo que ir.
—Sí, de acuerdo. Hablamos más tarde. —Forcé mi voz para que fuese
tranquila. No quería sonar molesta. No quería que pensara que era débil o sensible.
Él era fuerte y autosuficiente, y hacía lo que había que hacer sin quejarse. Traté de
ser eso para él. Quejándome de algo fuera de su control no ayudaría nada.
Suspiró de nuevo. —Sé que no me crees, pero yo te amo.
—Te creo —le dije, y lo decía en serio.
Presioné el botón rojo en la pantalla y dejé caer mi teléfono a la cama.
Raegan ya estaba en modo de control de daños. —¿Fue llamado a trabajar?
Asentí.
—Bueno, entonces, tal vez ustedes solo tengan que ser más espontáneos. Tal
vez puedas simplemente aparecer, y lo llamas cuando estés allí, esperando por él.
Cuando vuelva, lo tomas donde lo dejaron.
—Tal vez.
Me apretó la mano. —¿O quizá él es un idiota que debería dejar de escoger
entre su trabajo y tú?
Negué con la cabeza. —Ha trabajado muy duro por este puesto.
—Ni siquiera sabe en qué posición está.
—Te lo dije. Está utilizando su título. Se ha especializado en el análisis
estadístico y reconfiguración de datos, sea lo que sea.
Me lanzó una mirada dudosa. —Sí, también me dijiste que debe mantener
todo en secreto. Lo que me hace pensar que no está siendo totalmente honesto
contigo.
Me levanté y deshice mi maleta, dejando que todo el contenido se
derramara sobre el edredón. Por lo general, sólo hacía mi cama cuando hacía las
maletas, así que ahora podía ver la tela de color azul claro del edredón con algunos
tentáculos de pulpo azul marino esparcidos en ella. T.J. lo odiaba, pero me hacía
sentir como si me abrazaran mientras dormía. Mi habitación estaba hecha de cosas
extrañas, al azar, pero también yo.
Raegan rebuscó entre el montón de ropa, y levantó un top negro con los
hombros y la parte delantera estratégicamente rasgados. —Las dos tenemos la
noche libre. Debemos salir. Que nos sirvan los tragos por una vez.
Agarré la camisa de sus manos y la examiné mientras reflexionaba sobre la
sugerencia de Raegan. —Tienes razón. Deberíamos. ¿Vamos en tu coche o en el
Smurf?
Raegan se encogió de hombros. —El tanque está casi vacío y no me pagan
hasta mañana.
—Parece que en el Smurf, entonces.
Después de una estruendosa sesión en el baño, Raegan y yo saltamos dentro
de mi Jeep azul claro modificado. No estaba en su mejor forma, pero una vez,
alguien tuvo la suficiente visión y el amor para moldearla en un híbrido
Jeep/camión. El desertor mimado de la universidad que era dueño del Smurf antes
que yo, no lo amó tanto. Los cojines de cuero de los asientos estaban rasgados, la
alfombra tenía agujeros de cigarrillos y manchas y el techo necesitaba ser
reemplazado, pero que estuviera descuidado significaba que yo podía pagar por él
en su totalidad, y un pago completo por un vehículo era la mejor clase de
propiedad.
Me abroché el cinturón de seguridad y hundí la llave en el contacto.
—¿Debo rezar? —preguntó Raegan.
Giré la llave y el Smurf hizo un zumbido enfermizo. El motor farfulló, luego
ronroneó y las dos aplaudimos. Mis padres criaron a cuatro niños con el sueldo de
un trabajador de fábrica. No le compraron un vehículo a ninguno de mis
hermanos, a pesar de sus recursos, así que lo correcto era ni siquiera molestarme
en pedir uno. Conseguí un trabajo en la tienda de helados local cuando tenía
quince años, y ahorré $557.11. El Smurf no era el vehículo que soñé cuando era
pequeña, pero 550 dólares me compró la independencia, y eso no tenía precio.
Veinte minutos más tarde, Raegan y yo nos hallábamos en el lado opuesto
de la ciudad, pavoneándonos por el aparcamiento de grava de La Puerta Roja,
lentamente y al unísono, como si estuviéramos siendo filmadas mientras
caminábamos con una banda sonora de chicas rudas.
Kody estaba de pie en la entrada, sus enormes brazos, probablemente, del
mismo tamaño que mi cabeza. Nos miró cuando nos acercamos. —Identificaciones.
—¡Vete a la mierda! —gruñó Reagan—. Trabajamos aquí. Sabes la edad que
tenemos.
Él se encogió de hombros. —Todavía tengo que ver los ID.
Le fruncí el ceño a Raegan, y ella puso los ojos en blanco, hurgando en su
bolsillo trasero. —Si no sabes la edad que tengo en este momento, tenemos
problemas.
—Vamos, Raegan. Deja de reventarme las pelotas y déjame ver la maldita
cosa.
—La última vez que te dejé ver algo, no me llamaste por tres días.
Él se encogió. —Nunca va a superar eso, ¿verdad?
Le aventó su ID a Kody y él la atrapó contra su pecho. La miró, y luego se la
devolvió y me miró expectante. Le entregué mi licencia de conducir.
—¿Pensé que te ibas de la ciudad? —preguntó, bajando la mirada antes de
regresarme la tarjeta de plástico fino.
—Larga historia —le dije, metiendo mi licencia en el bolsillo de atrás. Mis
pantalones eran tan apretados que me sorprendió que pudiera caber cualquier cosa
además de mi culo allí.
Kodi abrió la puerta roja de gran tamaño, y Raegan sonrió dulcemente. —
Gracias, cariño.
—Te quiero. Sé buena.
—Siempre soy buena —le dijo, guiñando un ojo.
—¿Nos vemos cuando salga del trabajo?
—Sip. —Ella me empujó por la puerta.
—Ustedes son la pareja más extraña —le dije sobre el ruido. Vibraba dentro
de mi pecho, y estaba bastante segura de que cada latido hacía que mis huesos
temblaran.
—Sip —dijo Raegan nuevo.
La pista de baile ya se encontraba llena de sudor y de universitarios
borrachos. El semestre de otoño estaba en pleno apogeo. Raegan se acercó a la
barra y se quedó al final. Jorie le guiñó un ojo.
—¿Quieres que te despeje un par de asientos? —preguntó.
Raegan negó con la cabeza. —¡Sólo te estás ofreciendo porque quieres mis
consejos desde ayer por la noche!
Jorie rió. Su cabello largo y rubio platino caía en ondas sueltas por los
hombros, con algunos mechones negros por aquí y por allá. Llevaba un
minivestido negro y botas de combate, y presionaba los botones en la caja
registradora para cobrarle a alguien mientras hablaba con nosotros. Todos
habíamos aprendido a realizar múltiples tareas y a movernos como si cada propina
fuese un billete de cien dólares. Si podías servir las copas lo suficientemente
rápido, tenías una oportunidad de trabajar en éste bar, y las propinas de hecho
podrían pagar el valor de un mes de las facturas en un fin de semana.
Ahí era donde yo había estado atendiendo el bar durante un año, hace sólo
tres meses fui contratada en La Puerta Roja. Raegan trabajaba a mi lado, y juntas
hemos mantenido esta máquina engrasada como una stripper en una piscina de
plástico llena de aceite para bebé. Jorie y el otro barman, Blia, trabajan en la barra
al sur de la entrada. Era básicamente un quiosco, y les encantaba cuando Raegan o
yo estábamos fuera de la ciudad.
—¿Entonces? ¿Qué quieren de beber? —preguntó Jorie.
Raegan me miró, y luego otra vez a Jorie. —El whisky amargo.
Hice una mueca. —Menos el amargo, por favor.
Una vez que Jorie nos pasó nuestras bebidas, Raegan y yo encontramos una
mesa vacía y nos sentamos, conmocionadas por nuestra suerte. En los fines de
semana siempre estaban lleno, y una mesa disponible a las 10:30 no era común.
Sostuve un paquete nuevo de cigarrillos en la mano y golpeé el final del
mismo contra la palma de mi mano para empaquetarlos, y luego arranqué el
plástico, volteando la parte superior. A pesar de que en el bar había mucho humo,
que solo con estar sentada allí me hacía sentir como si estuviera fumando un
paquete entero de cigarrillos, era agradable sentarse en una mesa y relajarse.
Cuando trabajaba, por lo general tenía tiempo para una calada y el resto se
quemaba solo, sin fumarlo.
Raegan me vio encenderlo. —Yo quiero uno.
—No, no quieres.
—Sí, sí quiero.
—No has fumado en dos meses, Raegan. Me culparas mañana por arruinar
tu racha.
Hizo un gesto hacia la habitación. —¡Estoy fumando! ¡Ahora mismo!
Entrecerré los ojos hacia ella. Raegan era una exótica belleza, de cabello
largo y castaño, piel bronceada y ojos marrón miel. Su nariz era perfectamente
pequeña, no demasiado redonda o demasiado puntiaguda, y su piel la hacía
parecer como recién salida de un anuncio de Neutrogena. Nos conocimos en la
escuela primaria, y yo estuve inmediatamente atraída por su brutal honestidad.
Raegan podía ser muy intimidante, incluso para Kody, quien, con un metro
noventa, era más de treinta centímetros más alto que ella. Su personalidad era
encantadora para aquellos a los que amaba, y un repelente para los que no quería.
Yo era lo opuesto a exótica. Mi enmarañado cabello castaño y mi abundante
flequillo era fácil de mantener, pero no muchos hombres lo encontraban sexy. No
muchos hombres me encontraban atractiva en general. Yo era la chica de al lado, la
mejor amiga de su hermano. Crecer con tres hermanos y nuestro primo Colin
podría haberme hecho un marimacho si mis curvas, sutiles pero aún presentes, no
me hubiesen expulsado del club social a los catorce años.
—No seas esa chica —le dije—. Si quieres uno, ve a comprarte el tuyo.
Se cruzó de brazos, haciendo un mohín. —Por eso lo dejé. Están
jodidamente caros.
Me quedé mirando el papel ardiendo y el tabaco clavado entre mis dedos.
—Eso es un hecho, mi culo en bancarrota continúa notándolo.
La canción pasó de algo que todos querían bailar, a una canción que nadie
quería bailar, y decenas de personas comenzaron a hacer su camino fuera de la
pista de baile. Dos chicas se acercaron a nuestra mesa e intercambiaron miradas.
—Esa es nuestra mesa —dijo la rubia.
Raegan apenas las notó.
—Disculpa, perra, ella está hablando contigo —dijo la morena, dejando su
cerveza en la mesa.
—Raegan —le advertí.
Raegan me miró con una cara en blanco, y luego a la chica con la misma
expresión. —Fue su mesa. Ahora es la nuestra.
—Nosotros llegamos primero —dijo la rubia entre dientes.
—Y ahora ya no —dijo Raegan. Cogió la botella de cerveza no invitada y la
arrojó por el suelo. Se derramó sobre la alfombra oscura—. Ve a buscarla.
La morena vio rodar su cerveza por el suelo, y luego dio un paso hacia
Raegan, pero su amiga le agarró ambos brazos. Raegan le ofreció una risa poco
impresionada, y luego volvió su mirada hacia la pista de baile. La morena
finalmente siguió a su amiga a la barra.
Tomé una calada de mi cigarrillo. —Pensé que íbamos a pasar un buen rato
esta noche.
—Eso fue divertido, ¿verdad?
Negué con la cabeza, sofocando una sonrisa. Raegan era una gran amiga,
pero no me metería con ella. Crecer con tantos niños en la casa me había dado
suficientes peleas para toda la vida. No me trataban como a un bebé. Si no me
defendía, solo peleaban sucio hasta que conseguía lo que quería. Y yo siempre lo
hacía.
Raegan no tenía una excusa. No era más que una perra rudimentaria. —Oh,
mira. Megan está aquí —dijo, señalando a la belleza de ojos azules y cabello
oscuro en la pista de baile. Negué con la cabeza. Ella se encontraba allí con Travis
Maddox, básicamente siendo follada delante de todos en la pista de baile.
—Oh, esos chicos Maddox —dijo Raegan.
—Sí —dije, tragando mi whisky—. Esta fue una mala idea. No me siento
muy de club esta noche.
—Oh, detente. —Raegan bebió su whiskey amargo y luego se puso de pie—.
Las perras quejumbrosas todavía están mirando esta mesa. Iré a conseguir otra
ronda. Tú sabes que la noche apenas comienza.
Ella tomó mi copa y la suya y me dejó para ir a la barra.
Me volví, viendo a las chicas mirándome, esperando claramente a que me
alejara de la mesa. Yo no iba a levantarme. Raegan obtendría la mesa de regreso si
ellas trataban de tomarla, y eso sólo causaría problemas.
Cuando me di la vuelta, un chico se encontraba sentado en la silla de
Raegan. Al principio pensé que Travis se había abierto paso de alguna manera,
pero cuando me di cuenta de mi error, sonreí. Trenton Maddox se inclinaba hacia
mí, con los brazos tatuados cruzados, con los codos apoyados en la mesa frente a
mí. Se frotó la barba de varios días que salpicaba su mandíbula cuadrada con los
dedos, con los músculos de los hombros abultados a través de su camiseta. Tenía
tanta barba en su cara como cabello arriba de su cabeza, excepto por la ausencia de
pelo de una pequeña cicatriz cerca de su sien izquierda.
—Luces familiar.
Levanté una ceja. —¿En serio? Caminaste hasta aquí y te sientas, ¿y eso es lo
mejor que tienes?
Hizo un espectáculo recorriendo sus ojos sobre cada parte de mí. —No
tienes ningún tatuaje que yo pueda ver. Supongo que no nos hemos encontrado en
la tienda.
—¿La tienda?
—La tienda de tatuajes donde trabajo.
—¿Eres tatuador ahora?
Sonrió, un hoyuelo profundo apareció en el centro de su mejilla izquierda.
—Sabía que nos hemos visto antes.
—No lo hemos hecho. —Me volví para ver a las mujeres en la pista de baile,
riendo, sonriendo y mirando a Travis y Megan jodiendo de pie. Pero la segunda
canción terminó, él se fue y se dirigió directamente a la rubia que reclamó la
propiedad sobre la mesa. A pesar de que había visto a Travis pasando sus manos
por toda la piel sudorosa de Megan dos segundos antes, ella sonreía como una
idiota, esperando ser la siguiente.
Trenton rió una vez. —Ese es mi hermano pequeño.
—Yo no lo discutiría —dije, sacudiendo la cabeza.
—¿Fuimos juntos a la escuela? —preguntó.
—No me acuerdo.
—¿Recuerdas si fuiste a Eakins en cualquier momento entre el preescolar
hasta el duodécimo grado?
—Lo hice.
El hoyuelo izquierdo de Trenton se hundió en cuanto sonrió. —Entonces,
nos conocemos.
—No necesariamente.
Trenton rió de nuevo. —¿Quieres un trago?
—Tengo uno en camino.
—¿Quieres bailar?
—Nop.
Un grupo de chicas pasaron, y los ojos de Trenton se centraron en una. —
¿Esa es Shannon de Economía Doméstica? Maldita sea —dijo, girando ciento
ochenta grados en su asiento.
—De hecho, sí es. Deberías ir y recordar el pasado.
Trenton negó con la cabeza. —Nosotros recordamos la escuela secundaria.
—Recuerdo. Estoy bastante segura de que aún te odia.
Trenton negó con la cabeza, sonrió, y luego, antes de tomar otro trago,
dijo—: Siempre lo hacen.
—Es una ciudad pequeña. No deberías haber quemado tantos puentes.
Bajó la barbilla, su famoso encanto subiendo a un nivel experto. —Hay
algunos que no he encendido a fuego lento. Aún.
Puse los ojos, y él se rió entre dientes.
Raegan regresó, curvando sus largos dedos alrededor de cuatro vasos
estándar y dos vasos de chupito. —Mi whisky amargo, tu whisky en las rocas y un
pezón de mantequilla para cada una.
—¿Qué pasa con las bebidas dulces esta noche, Ray? —le dije, arrugando la
nariz.
Trenton tomó uno de los vasos de chupito y lo tocó con sus labios, echando
la cabeza hacia atrás. Golpeó sobre la mesa y me guiñó un ojo. —No te preocupes,
nena. Yo me encargaré de eso. —Se puso de pie y se alejó.
No me di cuenta que mi boca estaba abierta hasta que mis ojos se
encontraron con los de Raegan y la cerré de golpe.
—¿Acaba de beber tu trago? ¿Eso realmente ocurrió?
—¿Quién hace eso? —dije, volteando a ver a dónde iba. Él ya había
desaparecido entre la multitud.
—Un chico Maddox.
Di un trago a mi whisky doble y tomé otra calada de mi cigarrillo. Todo el
mundo sabía que Trenton Maddox era una mala noticia, pero eso no parecía
impedir que las mujeres trataran de domarlo. Observándolo desde la escuela
primaria, me prometí que nunca sería una muesca más en su cinturón, si los
rumores eran ciertos y él tenía tantas muescas, pero no tenía intención de
averiguarlo.
—¿Vas a dejar que se salga con la suya? —preguntó Raegan.
Apagué el humo desde el lado de mi boca, molesta. No me encontraba con
estado de ánimo para divertirme, o para hacer frente a coqueteos desagradables, o
quejarme porque Trenton Maddox se había bebido una bebida dulce que yo no
quería. Pero antes de que pudiera responderle a mi amiga, quería terminar el
whiskey que me estaba tomando.
—Oh, no.
—¿Qué? —dijo Raegan, moviendo de un tirón en su silla. Inmediatamente
se enderezó en la silla, encogiéndose.
Mis hermanos y nuestro primo Colin caminaban hacia nuestra mesa.
Colin, el mayor y el único que tiene un ID legítimo, fue el primero en hablar.
—¿Qué demonios, Camille? Pensé que estabas fuera de la ciudad esta noche.
—Mis planes cambiaron —le espeté.
Chase habló en segundo lugar, como yo esperaba que lo hiciera. Era el
mayor de mis hermanos, y le gustaba fingir que era mayor que yo, también. —¿Por
qué estás tan cabreada? ¿Te sientes regañada o algo así?
—¿En serio? —dijo Raegan, bajando la barbilla y alzando las cejas—.
Estamos en público. Madura.
—¿Así que él te canceló? —preguntó Clark. A diferencia de los otros, Clark
parecía verdaderamente preocupado.
Antes de que pudiera responder, el más joven de los tres habló. —Espera,
¿ese pedazo de mierda sin valor te canceló? —dijo Coby. Los chicos estaban todos
a tan sólo once meses de diferencia, por lo que Coby tenía tan sólo dieciocho años.
Mis compañeros de trabajo sabían que mis hermanos mostraban identificaciones
falsas y pensaban que me hacían un favor al hacerse la vista gorda, pero la mayoría
de las veces me hubiera gustado que no lo hicieran. Coby en particular, todavía se
comportaba como un niño de doce años de edad, no muy seguro de qué hacer con
su testosterona. Se inclinaba por detrás de los otros, dejando que ellos lo
detuvieran de una pelea que no existía.
—¿Qué estás haciendo, Coby? —le pregunté—. ¡Ni siquiera está aquí!
—Tienes razón, no lo está —dijo Coby. Se relajó, crujiendo su cuello—.
Cancelarle a mi hermanita. Le romperé la puta cara. —Pensé en Coby y T.J.
entrando en una pelea, e hizo que mi corazón se acelerara. T.J. era intimidante
cuando era más joven, y letal como un adulto. Nadie jodía con él, y Coby lo sabía.
Un ruido de disgusto salió de mi garganta, y rodé mis ojos. —Sólo...
encuentren otra mesa.
Los cuatro muchachos empujaron sillas alrededor de Raegan y yo. Colin
tenía el pelo de color marrón claro, pero mis hermanos eran todos los pelirrojos.
Colin y Chase tenían ojos azules. Clark y Coby los tuvieron verdes. Algunos
hombres pelirrojos no tienen el mejor aspecto, pero mis hermanos eran altos,
cincelado, y protectores. Clark era el único con pecas, y aun así de alguna manera
se veían bien en él. Yo era la paria, la única con el pelo castaño claro y ojos grandes,
redondos, azul claro. Más de una vez los chicos trataron de convencerme de que
había sido adoptada. Si yo no fuese la versión femenina de mi padre, me lo habría
creído.
Toqué la frente con la mesa y gemí. —No puedo creerlo, pero el día de hoy
ha empeorado.
—Oh, vamos, Camille. Sabes que nos amas —dijo Clark, empujándome con
el hombro. Cuando no respondí, se inclinó para susurrarme al oído—: ¿Estás
segura de que te encuentras bien?
Mantuve la cabeza abajo, pero asentí con la cabeza. Clark me dio unas
palmaditas en la espalda un par de veces, y luego la mesa quedó en silencio.
Levanté la cabeza. Todo el mundo miraba detrás de mí, así que me di la
vuelta. Trenton Maddox se encontraba allí de pie, sosteniendo dos vasos de
chupito y otro vaso de algo que parecía decididamente menos dulce.
—Esta se fiesta se volvió más concurrida —dijo Trenton con una sonrisa
sorprendida pero encantadora.
Chase entrecerró los ojos a Trenton. —¿Ese se él? —preguntó, asintiendo.
—¿Qué? —preguntó Trenton.
La rodilla de Coby comenzó a rebotar, y se inclinó hacia delante en su silla.
—Ese es él. El puto le canceló y luego se presenta aquí.
—Espera. Coby, no —dije, levantando las manos.
Coby se puso de pie. —¿Estás jugando con nuestra hermana?
—¿Hermana? —dijo Trenton, sus ojos rebotando entre mí y los jengibres
volátiles que se sentaban a cada lado de mí.
—Oh, Dios —dije, cerrando los ojos—. Colin, dile a Coby que pare. No es él.
—¿Quién no soy yo? —dijo Trenton—. ¿Tenemos un problema aquí?
Travis apareció al lado de su hermano. Llevaba la misma expresión
divertida que Trenton, tanto como los intermitentes hoyuelos juguetones del lado
izquierdo. Podrían haber sido el segundo par de gemelos de la madre. Sólo las
diferencias sutiles los distinguían, entre ellos, como el hecho de que Travis era dos
o tal vez un centímetro más alto que Trenton.
Travis cruzó sus brazos sobre el pecho, haciendo notar su ya considerable
abultamiento de bíceps. La única cosa que me mantuvo de explotar en la silla era
que sus hombros estaban relajados. No estaba preparado para luchar. Aún.
—Buenas noches —dijo Travis.
Los Maddoxs podían sentir los problemas. Al menos eso parecía, porque
cada vez que había una pelea, la iniciaban o terminaban. Por lo general, ambos.
—Coby, siéntate —ordené a través de mis dientes.
—No, no estoy sentado. Este imbécil insultó a mi hermana, no estoy
jodidamente sentándome.
Raegan se inclinó hacia Chase. —Ese es Trent y Travis Maddox.
—¿Maddox? —preguntó Clark.
—Sí. ¿Aún tienes algo que decir? —dijo Travis.
Coby movió la cabeza lentamente y sonrió. —Puedo hablar toda la noche,
hijo de...
Me puse de pie. —¡Coby! ¡Sienta tu culo ahora! —le dije señalando su silla.
Lo hizo—. Dije que no era él, ¡y lo decía en serio! ¡Ahora todo el mundo cálmese de
una puta vez! He tenido un mal día, y estoy aquí para beber, relajarme, ¡y pasar
un buen maldito rato! Ahora bien, si eso es un problema para ti, ¡vete a la mierda de
mi mesa! —Cerré los ojos y grité la última parte, pareciendo completamente loca.
La gente alrededor de nosotros nos miraba.
Respirando con dificultad, eché un vistazo a Trenton, quien me entregó una
copa.
Una esquina de su boca se elevó. —Creo que me voy a quedar.
¿Que les parece? ¿Leyeron ya Maravilloso desastre?